Como tantos de
su clase acabó sin remedio sentado frente a mí en la penumbra de la habitación.
‘Al’, el más buscado y con más cuentas pendientes de todos los gángsteres de
Chicago, temblaba. El tipo tenía motivo: acostumbrado a cazar, ahora era presa
acorralada. Así que me crecí y de golpe le iluminé el rostro con la potente
lámpara colocada a sólo dos palmos de su cara. Vi como nadie un primer plano de
la cicatriz famosa en su mejilla y la mandíbula inflamada; cara a cara,
descubrí el verdadero rostro del desalmado que tanto daño había causado en la
ciudad. Entonces, me sobrevino el sentimiento de dar cuenta de él. ‘Al’ lo
notó. Sabiéndose muñeco a mi merced temió por su integridad física; mas no
gritó, ni dijo media palabra; sabía a lo que había venido y asumió el riesgo de
que el destino, a través de mí, se vengara de él. Hipócrates no lo permitió.
Le saqué la
muela picada sin novedad.
Joan Serra i Malla
jajajaja :) Genial, un final inesperat. Fins i tot els criminals van al dentista.
ResponElimina